Cabo de San Vicente… He llegado al sur.
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Cabo de San Vicente… He llegado al sur.
Me levanto más temprano de lo normal con la intención de salir lo antes posible hacia el Cabo de San Vicente para así evitar el fuerte viento en contra típico de esta zona. El día está resplandeciente y llego sin problemas hasta el Cabo.
Cuando me estoy acercando, no puedo dejar de emocionarme ya que este punto del viaje supone un momento importante para mí. He recorrido en bicicleta Portugal de norte a sur, una experiencia sin igual de la que ahora me siento muy orgullosa y agradecida.
Este sitio rebosa historia por todos lados. Podemos hablar de corsarios, árabes, reliquias, peregrinos y hasta del terremoto de 1755, todo en el mismo sitio. El faro del Cabo de San Vicente se levanta sobre una fortaleza que, a su vez, se levantó sobre lo que antiguamente era un convento de monjas donde se guardaban los restos de San Vicente. El faro salió muy mal parado durante el terremoto de Lisboa y, más tarde, se ordenó su reconstrucción.
A la llegada al faro, lo primero que te encuentras es un monumento al ciclista.
Vuelvo a ponerme en marcha en dirección a Vila do Bispo pero, en vez de tomar la nacional desde Sagres, tomo los pequeños caminos que recorre la Ruta Vicentina, algo más cerca de la costa que la carretera. Lo que me encuentro es una larga y recta pista en mitad de un páramo, bastante tediosa de hacer. En ese momento me alegro de haber dejado este tramo para hoy por la mañana y no haberlo hecho ayer por la tarde, ya que hubiese sido bastante frustrante encontrarme con algo así casi al final del día, con el cansancio de todo la ruta pesando ya en las piernas.
Me acerco hasta la Playa de Telheiro donde me despido del lado oeste de la costa de Portugal, de sus magníficos acantilados y de sus grandes olas llenas de surfers.
Llego a Vila do Bispo y cambio la dirección de mi viaje; ahora iré de oeste a este hasta llegar a Matalascañas, ya en España, donde giraré dirección norte hasta Sevilla.
A partir de aquí el paisaje cambia radicalmente y en vez de grandes acantilados con salvajes aguas, me encuentro tranquilas playas de dorada arena y un mar completamente en calma que me recuerda a Mallorca. A partir de la Playa de Salema, todo va a ser así.
Para salir de esta localidad, recorro unas adoquinadas y estrechas calles del barrio de pescadores. Tenía la opción de ir por la carretera pero recorrer estas callejuelas ha sido todo un regalo.
Tras una bonita bajada, se llega hasta la Preciosa playa de Boca de Río.
A partir de aquí, se comienza una peregrinación por urbanizaciones turísticas que casi van enlazando unas con otras. Se puede decir que todo está enfocado al turismo y el cambio de paisaje entre lo que he vivido hasta ahora y lo que me voy a encontrar a partir de ahora, es radical.
Llego a Lagos y me acerco a ver su famosa Ponta de Piedade junto al faro.
Para salir de la ciudad, tengo que atravesar el puente que hay en el puerto, que se va abriendo y cerrando para dejar paso a los barcos.
Cuando estoy recorriendo un tramo de la nacional, me vuelvo a encontrar con otra colonia de cigüeñas que han hecho sus nidos muy cerca de la carretera.
Continúo la ruta por el estuario del río Alvor, declarado reserva natural, y voy rodando sobre los diques, rodeada de aves marinas por todos lados.
Paso la noche en el Camping Alvor (www.campingalvor.com) donde veo que sus inquilinos se han entregado por completo a la tarea de decorar sus parcelas con luces de navidad. Hay gente que pasa gran parte del año viviendo en sus caravanas y las tiene verdaderamente puestas al detalle. Cuando cae el sol me doy un paseo por el camping y me encuentro un espectáculo de luces digno de reconocer. Y es que hay verdaderos profesionales del campismo.