Croacia: de Dubrovnik a Palmanova, el viaje no planeado.

Aterrizaba en el aeropuerto de Dubrovnik con grandes planes y muchas semanas por delante para llevarlos a cabo. Llevaba meses informándome sobre los ocho países que conforman los Balcanes Occidentales y creándome una ruta para pasar parte de la primavera y el verano recorriendo estos maravillosos parajes sobre los que tanto había leído a lo largo del invierno. Me había empapado de toda la información que había caído en mis manos y con la emoción contenida, recogí la caja de la bici en la cinta de la sala de llegadas y salí de la terminal buscando un sitio discreto donde poder montar la bici y las bolsas del equipaje. Para este viaje había elegido una bici de gravel a diferencia de la mountain bike que había utilizado en mis anteriores aventuras, principalmente por el tipo de terreno que me iba a encontrar.

La intención era cruzar la frontera con Bosnia y Herzegovina a la mañana siguiente dirigiéndome luego hacia el norte para después recorrer el interior de Croacia, Eslovenia, la costa de Croacia hacia el sur, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte, Kosovo y Serbia terminando el viaje en Sarajevo, Dubrovnik o donde se terciara, sin ningún plan fijo en este sentido.

Los números eran bastante ambiciosos: más de 5600 km con un desnivel positivo que superaba los 81000 metros, pero disponía de tiempo y ganas, no necesitaba nada más.

Pero no siempre los planes se cumplen y por diferentes motivos que iré contando a lo largo de las etapas, lo que iba a ser un viaje por los Balcanes Occidentales se quedó en solo uno de sus países: Croacia.

Cuando montaba la bici en el aeropuerto llegó el primer imprevisto de mi viaje: la rueda trasera se había destalonado y no había manera de hincharla. Normalmente es algo que no genera ningún problema si tienes a mano una botellita de CO2 con su adaptador, pero lamentablemente, este material no está permitido a bordo del avión por lo que solo disponía de una bomba de mano. Tampoco había ninguna gasolinera en los alrededores para poder acercarme empujando la bici, otra de las soluciones que en otras ocasiones me habría resuelto la papeleta. Finalmente, con mucha paciencia y con el resultado de un molesto dolor de brazo, conseguí talonar la rueda tras más de una hora metiendo aire con la bomba. Por fin todo estaba montado y funcionando correctamente por lo que me subí a la bici dispuesta a disfrutar de mis primeros kilómetros de aventura, los que me llevarían hasta la casa donde había reservado una habitación para pasar la noche en la vecina localidad de Diklici.

De camino a la casa paré en un supermercado a comprar algo de comida para pasar la noche y la mañana siguiente. Era hora de realizar mi primer pago en kunas, la moneda del país que, según me contaron luego, desaparecerá en 2023 para dar paso al euro. En ese momento, un euro se cambiaba a siete kunas y media.

El camino discurrió por una pequeña carretera sin apenas tráfico.

A lo lejos podía adivinar las montañas que supuestamente traspasaría al día siguiente en mi camino a la frontera con Bosnia y Herzegovina. Todavía no sabía que mis planes se torcerían dando un giro por completo al recorrido del viaje.

Pero volviendo al camino, una cosa que me sorprendió mucho fue la cantidad de gatos que encontré a mi paso, como los que había en el tejado de la casa de esta foto. Pensé por un momento que esto sería la tónica general del país, pero no, lo cierto es que no volví a ver tanto gato junto en ningún otro lugar a lo largo del viaje.

Esa noche no había ningún otro inquilino en la casa donde había alquilado la habitación, por lo que la pude disfrutar entera para mí sola y no tuve problemas a la hora de dejar la bici en el salón sin molestar a nadie. Tras la ducha y una agradable cena en la terraza, preparé todo para el día siguiente y me fui a dormir temprano.