Experimentando la increíble hospitalidad francesa.
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Experimentando la increíble hospitalidad francesa.
Este viaje me lo había planteado, en ciertos aspectos, de una manera diferente a los anteriores. En un principio me gustaría viajar más despacio, no hacer más de 50 km al día y parar en algún sitio agradable cada cierto tiempo a pasar un par de noches y aprovechar para hacer algo de turismo y actualizar el blog. Antes de salir de casa valoré si traerme el portátil o no, si el añadir peso al equipaje compensaba, y decidí probar a traerlo conmigo y así ver también si era capaz de hacer lo que me había propuesto. Solo necesitaba encontrar un buen camping con conexión a Internet donde poder trabajar a gusto. De esta manera, con las cosas muy claras, me levanté esa mañana en el camping de Belgentier.
Después de hacer unas rutinas de movilidad y fuerza, desayunar y recoger el campamento, salí del camping en dirección a las montañas. Si vas a los Alpes sabes que el desnivel con el que te vas a encontrar cada día va a ser exigente, mejor aceptarlo desde el comienzo del viaje para luego no llevarte sorpresas. La bici pesaba mucho, pero solo tuve que adecuar el ritmo a mis fuerzas y así fui haciendo camino. Según salí del camping, un cartel me indicó que estaba en el Parc Naturel Régional de la Sainte-Baume, señal de que me metía de lleno en plena naturaleza, justo lo que más me gusta.
En Méounes-lès-Montrieux paré en un supermercado SPAR a comprar fruta y un paquete de café que había olvidado traer de casa. A la hora de ir a pagar, quería quitarme todas las monedas que llevaba encima, pero justo me faltaban unos pocos céntimos para cuadrar la cantidad por lo que, finalmente, entregué un billete al cajero y comencé a guardar toda la calderilla. En la cola, justo detrás de mí, había un chico que vio lo que me ocurría y enseguida me ofreció unas monedas, las que me faltaban para cuadrar la cantidad a pagar. Me pareció un gesto muy amable y se lo agradecí mucho. Esto solo fue una de las muchas muestras de la amabilidad que encontré por parte de la gente local a lo largo de todo mi viaje. De hecho, este mismo día, tuve distintas ocasiones de comprobarlo con personas que me ofrecían su ayuda sin ni siquiera yo pedirla, cuando me encontraba parada en algún sitio buscando algo en el mapa o consultando mi móvil, algo que cuando se viaja en solitario, como era mi caso, se valora mucho.
Seguí camino hasta ver una finca en la que encontré un par de venados y me paré un rato a verlos. Donde vivo no tengo la oportunidad de ver animales como estos y me parecen magníficos. Hubo un momento en el que se alzaron sobre sus patas traseras y comenzaron a pelear, puede ser que solo estuvieran jugando. Yo no podía dejar de observarlos, me tenían completamente hechizada. Me encantó verlos, pero me fui de allí con la triste sensación de que estos animales se encontraban atrapados en ese pequeño trozo de terreno cuando deberían estar libres en la naturaleza.
A medida que el día avanzaba, el calor se iba haciendo notar. Las sinuosas carreteras que recorría no tenían apenas tráfico y, poco a poco, conseguí contagiarme de esa tranquilidad notando que empezaba a meterme de lleno en mi viaje.
Vi a lo lejos la figura de un bikepacker parado en un lado de la carretera y, cuando llegué a su altura, paré a preguntar si todo iba bien. Jasmine es una británica que estaba recorriendo la ruta entre Cabo Norte y Tarifa en solitario. Me contó que había previsto hacerla en un mes, pero ya sabía que, al menos, necesitaría dos semanas más de lo planeado para poder alcanzar su objetivo. Hablamos de la ola de calor y me contó que, para afrontar las altas temperaturas con las que se iba a encontrar en durante los próximos días, había decidido que comenzaría a viajar de noche y descansar de día. Tras un rato de charla, nos despedimos deseándonos buena suerte.
Más adelante llegué a Barjols donde pasé por una plaza en la que me encontré con una llamativa biblioteca pública donde cada uno podía servirse gratuitamente, disponiendo de los libros que quisiera. Me pareció una gran idea ya que en casa tengo las estanterías llenas de ejemplares que ya he leído y que me encantaría poder dejar en lugar similar a este para poder darles así una segunda oportunidad en manos de otras personas que puedan disfrutar de ellos tanto como yo lo he hecho.
El paisaje cambiaba según iba cogiendo altura. A pesar de no querer hacer muchos kilómetros, la ruta se me fue alargando al no encontrar un buen sitio donde pasar la noche. Ya desde el primer día, no iba a poder cumplir uno de mis objetivos para este viaje, el de no recorrer grandes distancias en un solo día.
Finalmente llegué a Montmeyan, al Camping Lou Troumpetoun (www. campingloutroumpetoun.fr ) donde paré a pasar la noche. Las instalaciones son muy básicas, pero en general es un sitio agradable para pasar una noche y el matrimonio que regenta el negocio, a pesar de no hablar inglés, se hicieron entender a la hora de informarme de los servicios de los que disponían. Eso sí, no había conexión Wi-Fi por lo que tuve que desestimar la opción de conectarme esa noche para actualizar el blog. No me preocupé mucho por ello pensando que, al día siguiente, podría hacerlo desde mi siguiente alojamiento y así me centré esa tarde en descansar de la larga jornada que había vivido.