Rodando en Francia el día de su fiesta nacional.
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Rodando en Francia el día de su fiesta nacional.
Me desperté con el ruido de la corriente bajando el río y lo primero que hice fue ir a darme un baño en compañía de Garçon y Gypsy que, en cuanto vieron que abría la cremallera de la tienda, vinieron con su alegría y felicidad a darme los buenos días. La noche anterior, Laurent me había advertido sobre la costumbre que tenían los dos perros de “tomar prestado” todo tipo de objetos que encontraban a su alcance, por lo que antes de irme a dormir, me aseguré bien de no dejar nada fuera de la tienda. Lo que no imaginé es que también les gustase arramplar con las pastillas de jabón y, a pesar de mis muchas precauciones, a la mía ya no la volví a ver más, aun después de una intensa búsqueda por los alrededores. Ahora hay una pareja de perros muy aseados por los Alpes Franceses.
Una pastilla de jabón en sí no es que sea un gran tesoro, pero cuando viajo sabiendo que me voy a asear en fuentes o ríos, llevo conmigo un jabón de carbono activo que, al ser un producto natural, no contamina las aguas. Es una forma más de dejar el menor impacto medioambiental posible a mi paso por los lugares que visito.
Y así, con algo menos de peso en las alforjas, me dirigí a cruzar de nuevo el escondido puente que la noche anterior me había llevado hasta el sitio perfecto de acampada. ¡Qué pena dejar atrás ese bonito lugar!
Volvía a la carretera que remonta el río donde me encontré con un madrugador ciclista con el que recorrí unos kilómetros hablando sobre lo viajes y la vida, una preciosa manera de comenzar el camino.
El paisaje mejoraba a medida que los kilómetros pasaban y cuando parecía que era imposible encontrar algo mejor, la carretera me llevó hasta una impresionante garganta cuyas paredes se iban estrechando con cada curva del camino.
Encontré una escultura que me llamó mucho la atención. Su nombre es “El centinela” y es de Andy Goldsworthy. Está situada junto a la carretera, en una estrecha entrada donde los obreros que construyeron esta vía paraban a hacer sus descansos.
Dejé atrás la garganta y, por una bella carretera más abierta, me dirigí a Barles donde encontré, no sé si con motivo de la fiesta nacional, un animado mercadillo.
Pasado Barles, tomé un desvío a la izquierda para comenzar un puerto de montaña donde encontraría unas duras pendientes de hasta el 14 % de desnivel.
Algunos días por semana, durante los meses de verano, en varios puertos de Francia cierran las carreteras al tráfico motorizado para dejarlo, durante unas horas, para uso exclusivo de ciclistas, algo que me parece genial. Esto mismo lo he visto en otros sitios como Le Bourg d’Oisans, con puertos tan míticos con el Alpe d’Huez o el Galibier.
El Col du Fanget, aparte de poner a prueba mis piernas, me regaló unos preciosos rincones como la cascada du Saut de la Pie, en el río La Grave.
Finalmente llegué a la cima donde me tuve que abrigar para afrontar la bajada sin pasar frío. Después de unos días de tanto calor, el hecho de ponerme una manga larga era una verdadera gozada.
Más adelante llegué a Seyne, un pueblo con un bonito casco antiguo al que tuve que subir empujando la bici, pero mereció la pena. Las callejuelas estaban muy animadas con sus tiendas y terrazas rebosantes de gente. Me perdí un poco entre las callejuelas donde encontré una fuente en la que rellené los bidones con agua fresca y me tomé un momento para descansar un poco. El calor había vuelto y me quedaba un duro tramo por delante hasta llegar a Embrun, por lo que repuse fuerzas antes de afrontar la siguiente subida.
Me encanta encontrarme con cicloturistas con los que conversar un rato y, en esta ocasión, me topé con una pareja de italianos que llevaban tres meses y medio en la carretera. Se habían recorrido, entre otras rutas, tosas las etapas del Giro de Italia y ahora se dirigían hacia el sur. Como yo venía de allí y ellos de Embrun, aprovechamos para intercambiar información y consejos.
Cada vez hacía más calor cuando por fin divisé el lago. Pensaba que ya me había quitado lo peor de la ruta y que pronto llegaría a mi destino, pero estaba muy equivocada. Al menos el paisaje sí que acompañaba.
Entonces fue cuando se me presentó una buena oportunidad de devolver el regalo que yo había recibido la noche anterior cuando disfruté de la hospitalidad que la familia francesa me otorgó. Había parado bajo una sombra a refrescarme, cuando vi que otro ciclista paraba unos metros más allá. Se le veía tan acalorado como a mí por lo que lo llamé y le pregunté si le apetecía algo de fruta, Sin dudar ni un momento aceptó mi ofrecimiento y así es como conocí a Murray, un británico que hacía su primer viaje de bici en solitario. Nos consolamos el uno al otro por el duro día que estábamos pasando con tanto calor y, tras un descanso, nos despedimos para continuar nuestras aventuras cada uno por su camino, no sin antes intercambiarnos nuestros perfiles de Instagram.
Enseguida me topé con estas curiosas formaciones rocosas cerca de Pontis, llamadas ”Demoiselles coiffées”.
Ahora ya sí que estaba cerca de mi destino y, en algo menos de una hora, llegué al lugar donde me quedé esa noche, el Camping Les 2 Bois (www. camping-les2bois.com), gestionado por un personal tremendamente amable.
Esa noche, desde mi parcela del camping, pude contemplar los fuegos artificiales con los que se celebraba el final del día la fiesta Nacional de Francia.