Y, por fin, vi la nieve.
[lwptoc]
Y, por fin, vi la nieve.
Salí tarde de Embrun y es que esa mañana me costó ponerme en marcha, a primera hora es cuando mejor se está a la sombra de los frondosos árboles de la parcela del camping.
Para salir de la ciudad, crucé un puente sobre el río Durance donde hay una gran afición al rafting. La zona está llena de escuelas y centros de actividades.
La ruta de hoy comenzaba por la preciosa pista La Digue, prohibida al tráfico motorizado, que iba remontando el río por su margen izquierda.
Volví a cruzar el río para tomar el itinerario de Les balcons de la Durance, una ruta cicloturista de alrededor de 45 km que va recorriendo una pequeña carretera con preciosas vistas sobre el río.
En mitad del camino volví a encontrar una biblioteca autoservicio como la que encontré unos días antes en Barjols.
En L’Argentière-la-Bessée, cuando ya me había desviado de la ruta de Les balcons de la Durance, hice el primer descanso pues el calor comenzaba a apretar.
Cerca de aquí es donde divisé nieve por primera vez en el viaje. Era, ni más ni menos, que en el glaciar del Parc national de Écrins.
No me paré en Briançón ya que se me había hecho algo tarde y no quería tener que salir de la ciudad recorriendo la carretera con poca luz.
No me di cuenta, hasta que vi este cartel, de que comenzaba a subir el Col du Lautaret, un puerto que ya había «sufrido» por la otra vertiente con la bici de carretera años atrás, camino del Galibier.
Decidí dejar la subida para el día siguiente y me puse a buscar un sitio donde acampar cerca de Saint-Chaffrey. Enseguida localicé un parque junto al río Guisane donde planté la tienda y luego me di un baño en sus más que frías aguas.
Después de cenar me metí en la tienda y rápidamente me quedé dormida. De repente, un estruendo muy fuerte me despertó y luego le siguió otro y otro más. Cuando se me pasó el susto me di cuenta de que eran fuegos artificiales y… ¡los tenía prácticamente encima! Se ve que las celebraciones de la fiesta del día nacional de Francia no habían acabado la noche anterior y se alargaban un día más. Unos minutos después todo volvió a la tranquilidad y el susurro del agua del río me devolvió a los brazos de Morfeo.