Las montañas ponen mis fuerzas a prueba.
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Las montañas ponen mis fuerzas a prueba.
La ola de calor continuaba apretando fuerte por Europa por lo que decidí continuar la ruta por las montañas, a pesar de que mi motivación iba disminuyendo con el paso de los días, pues veía que mi objetivo de viaje no iba a ser posible.
Dejé Le Bourg d’Oisans bien temprano con la intención de rodar las horas más frescas del día y tanto fue así que a los pocos minutos de ponerme en marcha tuve que parar a buscar una camiseta de manga larga entre mi equipaje.
Y, así, fui recorriendo la misma carretera que había hecho dos días antes, pero esta vez en sentido contrario. Al ser de subida e ir más despacio, podía apreciar el paisaje con más detalle.
El camino transcurría junto al río, acompañado por el lago Chambon y alguna que otra hermosa cascada que me obligaba a parar y disfrutar de las vistas.
Como ya había visto en otros lugares de los Alpes franceses, en determinadas fechas, la carretera del Galibier se cerraba al tráfico motorizado reservándose exclusivamente el tránsito a las bicicletas.
La intención era desviarme unos kilómetros de la carretera principal antes de La Grave, bajar hacia la zona del río y pasar la noche en un camping municipal cercano. La carretera me pareció superbonita, el lugar prometía mucho.
Lamentablemente, cuando llegué al camping me dijeron que no quedaba sitio y tras rellenar de agua los bidones, tuve que volver a subir de nuevo hasta la carretera que va a La Grave. Allí aproveché para parar a comprar algo de fruta y dos “pain au chocolat”, nombre por el que se conocen en Francias lo que en España llamamos napolitanas de chocolate.
Mis planes del día se habían trastocado por completo y ahora no me quedaba otro remedio que seguir ruta hasta Valloire lo que suponía subir el Col de Lautaret y el Galibier. Mientras comía algo de fruta y una napolitana, me fui concienciando de lo dura que iba a ser la jornada. El Col de Lautaret desde Le Bourge d’Oisans es duro, pero el Galibier ya son palabras mayores…
Y así volví a coronar el Col du Lautaret, algo que no tenía previsto hacer ese día, pero ya se sabe que, las cosas no siempre salen como se planean y hay que ir adaptándose a las cosas con las que el camino te sorprende.
Comencé los temidos 8 km de subida al famoso Galibier, puerto que ya conocía de un viaje anterior que había realizado con la bici de ruta.
Con lo despacio que iba, me daba tiempo a disfrutar de cada curva con sus bonitas vistas, pero la carretera por delante se veía interminable.
Finalmente, tras una hora y media, llegué a la famosa señal que te indica que estás a 2 642 m de altitud. Tengo que confesar que los últimos 100 m los hice empujando la bici pues ya no me quedaban fuerzas para pedalear ni un metro más, a pesar de tener la cima a la vista.
Después de sacarme la típica foto, me aparté a un lado y busqué en las alforjas algo de ropa de abrigo y, además, lo que de verdad me dio la vida en ese momento: la napolitana que me había reservado para esta gran ocasión. Llevaba 55 km de ruta con 2 260 m ganados, rodando con una bici de 40 k, y mi cuerpo me pedía un pequeño descanso. Pasado un rato en el que me entretuve viendo las vistas y mirando como los turistas no paraban de llegar, ya entrada en calor y con la barriga llena, me volví a ver con las fuerzas necesarias para emprender los 18 km de bajada hasta Valloire donde buscaría un sitio para poner la tienda y pasar la noche.
Ya en Valloire tardé un tiempo en encontrar el lugar ideal para plantar el campamento, pero finalmente di con el sitio perfecto junto al pequeño río La Vailloirette.
Después de darme un reconfortante y frío baño en el río, cené y me fui a dormir temprano. Estaba molida después del gran esfuerzo que había hecho y, a pesar de que la ruta había sido muy bonita, sentía que mi ánimo no acompañaba la ocasión. Se acercaba el momento de tomar la gran decisión.