Un Camino sin peregrinos.
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Un Camino sin peregrinos.
Llegué al aeropuerto San Pablo de Sevilla en un vuelo que aterrizó a primera hora de la mañana. Tras montar la bici y las bolsas del equipaje en la sala de llegadas, me dirigí al Decathlon de Alcalá de Guadaira para comprar unas botellas de CO2 y el gas para cocinar, cosas que no podía traer conmigo desde Mallorca al ser ambas material prohibido en el avión.
Y ahora sí, ya con todo lo que necesitaba, me dirigí al centro de Sevilla para dar mi primera pedalada “oficial” de este Camino de Santiago desde la bonita y animada plaza de la Catedral. Era un sábado soleado y los turistas recorrían por decenas las calles del centro de la ciudad.
Entre callejuelas me dirigí hacia el norte, dejando atrás la Torre del Oro y el Guadalquivir. Enseguida comencé a ver señales que me indicaban por dónde tenía que seguir el Camino.
Poco después de ver mi primera flecha, recibí también mi primer “buen Camino” por parte de unos jinetes con los que me crucé a las afueras de la ciudad. Sin duda esto fue la señal definitiva de que ya estaba metida de lleno en lo que ha sido mi cuarta peregrinación a Santiago.
La aridez y soledad de los caminos me invitaban a pedalear sumida en mis pensamientos. Amplios terrenos de labranza, inmensos olivares y bonitos alcornocales me acompañaban a ambos lados del camino.
Me sorprendió el hecho de no encontrarme con ningún otro peregrino en todo el día, aunque el espíritu del Camino se sentía a cada paso.
La primera noche no me resultó nada fácil encontrar un sitio donde plantar la tienda porque ambos lados de la carretera estaban cercados con la delimitación de los inmensos cotos de caza que hay por toda esa zona. Los cercados se prolongaban kilómetros y kilómetros y no se veía ningún camino por donde meterme para buscar un sitio discreto donde parar. Después de mucho mirar, finalmente me escondí tras unos arbustos que había junto a la carretera y allí me quedé. Afortunadamente, no pasó prácticamente ningún coche en toda la noche y pude dormir tranquila.
El segundo día atravesé el Parque Natural Sierra Norte de Sevilla, una verdadera belleza de sitio. El parque está muy cuidado y se recorren bonitos alcornocales, pinares y otras zonas de vegetación más arbustiva.
La sorpresa vino con la casi imposible subida al cerro del Calvario. Ya venía concienciada de ello porque unos amigos me habían puesto sobreaviso de lo que me iba a encontrar, pero lo cierto es que me costo muchísimo conseguir que mi pesada bici llegara a la cima. Después de empujarla con todas mis fuerzas, incluso por tramos donde pensaba que no lo conseguiría, llegué al mirador y pude disfrutar del espectáculo que encontré bajo mis pies.
Esta subida se puede evitar si, en vez de ir por el parque natural, se va por la carretera, pero perderse la visita a este bonito paraje sería una verdadera pena.
Por el lado norte del cerro se avistaba a lo lejos la blanca Almadén de la Plata.
Entre fincas de ganado suelto continué la ruta hasta que, pasado El Real de la Jara y su castillo, cambié de comunidad entrando en Extremadura y despidiéndome de la bonita Andalucía.