3 días de mar y calas.
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3 días de mar y calas.
A finales de febrero me junté con 3 días libres y nada que hacer, por lo que verefiqué el pronóstico del tiempo y decidí aprovechar las buenas previsiones meteorológicas para realizar un viaje de bikepacking por la isla donde resido. Mucho que ver y muy poco tiempo, tendría que pensar bien mi ruta. Al final opté por no complicarme mucho, Mallorca siempre es una garantía y tirase por donde tirase, el mini viaje iba a ser un éxito asegurado.
Salí una mañana de martes desde los pies de la catedral de Palma y por el carril bici recorrí el paseo marítimo dejando atrás el Arenal y metiéndome de lleno en la costa de Llucmajor. El tiempo acompañaba y, aunque ya se ven muchos ciclistas, todavía se puede disfrutar de las zonas más turísticas de la isla sin casi gente, algo impensable de aquí a unas semanas.
La animada bahía de Palma se disipó a mi espalda y me adentré en las solitarias carreteras del sur de la isla haciendo la primera parada en el Cap Blanc, lugar muy visitado a la hora de la puesta de sol por sus preciosos atardeceres. Fue momento de detenerme a hacer una visita al far del Cap Blanc erigido durante el reinado de Isabel II.
La siguiente parada fue en la preciosa Cala Pi que, con sus aguas turquesas, nunca me deja indiferente. Allí aproveché para comer algo y reponer fuerzas. No me fui sin visitar antes la antigua torre de vigilancia, conservada en un excelente estado.
El sol se iba poniendo y el frío comenzaba a hacer acto de presencia por lo que busqué un lugar donde poner la tienda para pasar una noche tranquila. Se me hacía raro estar acampada a unos pocos kilómetros de casa.
La mañana siguiente se levantó con el cielo nublado, cosa que me apenó porque, sin sol, las tonalidades del agua del mar son más apagadas. Tenía previsto la visita a unas de las calas más bonitas de la isla y me preocupaba no poder disfrutarlas del todo, pero confié en que el astro rey se asomase a lo largo de la mañana.
Una parada a tomar un chocolate en Sa Ràpita ayudó a subirme el ánimo y cuando llegué a las salineras de Es Trenc, unos flamencos me alegraron la vista mientras buscaban comida muy concienzudamente.
Finalmente las nubes se fueron dando paso a un día perfecto para contemplar las azules aguas de la costa de la Colonia de Sant Jordi. En el Port, la dorada y fina arena recibía la caricia de las suaves olas de un mar en calma; era la hora de continuar nuestro recorrido por la zona este de la isla.
Y así me dirigí a Cala Llombards, para visitar 2 de mis lugares preferidos de Mallorca: Cala s’Almunia y es Caló des Moro. Y es que no hay nada más mediterráneo que estos dos lugares.
Eso sí, antes de poder llegar a las mismas calas, tuve que resolver un pequeño problema y es que no se puede llegar en bici, al menos no con una bici de 40 kg, por lo que tuve que improvisar y pedir a unos obreros que hacían obras en una casa cercana, que me guardaran la bici un ratito. Y así lo hicieron muy amablemente.
A continuación puse rumbo a Cala Figuera, una pequeña localidad con tradición pesquera donde el mar se adentra dejando un estrecho canal repleto de barcas con sus redes y aparejos de pesca. Un paisaje diferente a lo visitado hasta el momento pero no menos espectacular. Recomiendo mucho este sitio, nadie sale de aquí sin unas buenas fotos.
Mi siguiente destino era la zona de Calas de Mallorca, repleta de idílicos rincones que yo me saltaría casi en su totalidad al no disponer de más tiempo. Me costó un poco encontrar un buen lugar para pasar la noche, pero finalmente fui a dar al mejor sitio posible y el run run de las olas del mar me entregó de lleno a los brazos de Morfeo.
La mañana siguiente se levantó fría por lo que, tras tomar un café caliente, me puse en marcha. Mi siguiente parada, la preciosa Cala Magraner, sería mi destino final de esta escapada. Sin duda una más que digna despedida hasta la próxima aventura.