Cruzamos el Minho en barcaza y entramos en Portugal.
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Cruzamos el Minho en barcaza y entramos en Portugal.
Según van pasando los días la temperatura va subiendo y podemos ir en manga corta casi desde primera hora del día. Es increíble la suerte que estamos teniendo a estas alturas del año cuando lo normal sería tener lluvia y frío. Nos sentimos muy afortunadas.
Nos levantamos temprano y nos vamos al pueblo más cercano a desayunar. Después, con las bicis ya montadas, buscamos el lugar en la playa donde sabemos que hay un señor que cruza pasajeros y bicicletas en su barca hasta el otro lado del río. El método es muy rudimentario pero efectivo: tú llegas a la playa y haces señales con los brazos, el señor desde la otra orilla te ve con la ayuda de sus prismáticos y cruza el río para venir a buscarte. Y así es, en unos minutos vimos cómo se acercaba la barca desde la otra orilla.
Mientras esperábamos vimos un fuerte a lo lejos. Era la Ínsua de Santo Isidro que pertenece a Portugal y está situado en una pequeña isla que antiguamente se utilizaba como lugar de culto. En principio solo había una ermita, luego se construyó un monasterio y finalmente, se reconvirtió en el primer enclave de defensa de la zona.
Cuando llega la barca a nuestra orilla, subimos las bicis a bordo con ayuda del amable barquero y nos dirigimos a cruzar la frontera. La verdad es que la experiencia es muy curiosa y la disfrutamos mucho.
Desembarcamos en Caminha sanas y salvas donde tomamos nuestro primer contacto con tierras portuguesas. Nuestros relojes se atrasan automáticamente una hora.
Poco a poco vamos notando cambios en el paisaje. Rodamos junto al mar por la Ecovía del Atlántico hasta Vila Praia de Âncora donde nos encontramos con otro fuerte. A partir de aquí iremos viendo muchos de ellos a lo largo de toda la costa portuguesa.
Las señales nos indican que seguimos en el Camino.
En Vila Praia de Âncora nos desviamos hacia el interior y volvemos a encontrarnos con los bosques de eucaliptos tan comunes tanto en Galicia como en el norte de Portugal. Sin olvidarnos de los adoquines, pesadilla de nuestras posaderas tras estos días seguidos de ruta.
Llegamos a Viana do Castelo, nuestro destino final de esta etapa y por recomendación de un amigo, nos vamos directamente a la Pastelería Manuel Natário donde probamos sus deliciosas y recién hechas “bombas de Berlin” que nos saben a gloria. Si hay algo que destacar de Portugal, es la gran cantidad de pasteles que hacen y tienen en cualquier cafetería. Con la excusa de que estamos de viaje y hay que probar todas las delicias locales, nos damos carta blanca para comer dulces sin ningún reparo. Ya haremos una dieta de desintoxicación al volver a casa.
Continuamos buscando los cartuchos de gas para nuestros hornillos y, una vez más, no encontramos. Helena aprovecha para comprar unos pulpos para agarrar bien el equipaje.
Ya por la tarde, Helena nos había dicho que necesitaba dormir en una cama al menos una noche por lo que se buscó un hotel y nos separamos. Silvia y yo cruzamos el puente con algo de estrés por el tráfico y nos dirigimos al camping más cercano. Cuando llegamos vimos que estaba cerrado y llamamos por teléfono al siguiente más próximo pero también estaba cerrado por lo que tuvimos que volver a cruzar el puente y encontrarnos con Helena en su hotel donde cambió la habitación de individual a triple. Y la verdad es que no dormimos nada mal esa noche.